domingo, 15 de marzo de 2009

UN LUNES, UN CUENTO (18)


LOS DOS HERMANOS Y LOS DOCE LADRONES

Dos hermanos eran uno rico y otro pobre. Un día el pobre se fue con unos borriquillos a por leña al bosque. Y al llegar donde había mucha leña, vio una polvareda y se asustó. Dejó el borriquillo y se subió a un árbol. Vio que eran doce hombres que venían en sus caballos y que se allegaron a una roca grande y dijeron:
-Roca, ábrete.
Y al decir eso, se abrió la roca y entraron.
Oyó que al entrar dijeron:
-Roca, ciérrate –y la roca se cerró.
El pobre no se apeó del árbol del miedo que tenía y se estuvo allí hasta que los hombres salieron otra vez de la roca.
Y, cuando ya se habían ido, se apeó el pobre de su árbol. Se allegó a la roca y dijo:
-Roca, ábrete –y se abrió y entró.
Vio que allí había muchos taleguillos de oro. Sacó todos los que pudo y los cargó en el borriquillo. Al salir de la roca, dijo:
-Roca, ciérrate –y se cerró.
Entonces fue, cogió la leña y la puso encima de las talegas de oro para dar a entender que traía leña.
Y su hermano, que era rico, nunca le ayudaba y se burlaba de él porque era pobre. Cuando llegó el pobre a su casa del monte, le mandó pedir su media para pedir un poco de trigo. El hermano rico se la envió, pero, como tuno, untó pez en el fondo. Midió el pobre su oro en la media, pero se quedó pegada una moneda de oro en el fondo. Y al devolverle la media al hermano rico, dice la cuñada:
-Tu hermano, que es pobre, es más rico que nosotros. Mira la moneda de oro que se ha quedao pegada, de oro que midió con la media.
Entonces le contó el pobre lo que había pasado y cómo había entrado en la cueva a cargar su borriquillo de taleguillos de oro.
-¿Han quedao todavía algunos talegillos de oro? –le preguntó el rico.
-Ya lo creo –le dijo el pobre-; hay muchos todavía.
Se fue el hermano rico a su casa sin decir nada.
Llegó a su casa muy contento y le dijo a su mujer:
-Oye, tú, date prisa a preparar la carreta y los cestos para ir al monte por oro, que le pregunté al hermano cómo había hallado tanto dinero y me dice que hay allá en el monte una roca que se le dice Roca, ábrete y se abre, y dentro hay muchos taleguillos de oro.
Prepararon los borriquillos y la carreta y los cestos, y se fue el hermano rico a buscar la roca en el monte. Llegó y dijo:
-Roca, ábrete.
Y se abrió la roca y entró. Y ahí estaba recogiendo taleguillos de oro, cuando llegaron los ladrones y le preguntaron:
-¿Qué hace usted por aquí?
Y él les dijo:
-Recogiendo leña.
-Pues no recoge usted mala leña –le contestaron ellos.
Sacó él entonces un cuchillo y mató al capitán de los ladrones. Entonces los demás lo cogieron y lo partieron en cuatro pedazos y lo dejaron allí muerto.
Como no volvía el hermano rico, fue el pobre a buscarlo y lo encontró descuartizado.
Volvió a la casa muy desconsolado y le dijo a su cuñada:
-¿Sabes que a mi hermano lo han matado por avaricioso?
Pero la mujer, muy viva, fue y llevó el cuerpo a un zapatero y le encargó que lo cosiera bien. Y lo cosió el zapatero.
A poco llegó uno de los ladrones y le dice al zapatero.
-Tío zapatero, qué madrugador está usted.
-Tenía que hacer y por eso he madrugado.
-Y esa sangre, ¿de quién es? Dígame usted la verdad y le doy un taleguillo de dinero.
-Pues le diré la verdad. Es de un hombre que he cosido esta mañana.
-Y ese hombre, ¿dónde está? –le preguntó el ladrón.
El zapatero le dijo:
-pues es en aquella casa.
Al otro día fue el ladrón a la puerta y le dijo a la mujer:
-Señora, ¿puedo dejar aquí esta noche once pellejos de aceite, que mañana tengo que ir a venderlos?
Y ella le dijo:
-Pues es en aquella casa.
Al otro día fue el ladrón a la puerta y le dijo a la mujer:
-Señora, ¿Puedo dejar aquí esta noche once pellejos de aceite, que mañana tengo que ir a venderlos?
Y ella le dijo:
-Déjelos usted, que aquí estarán muy bien hasta mañana.
Pero en los pellejos estaban escondidos los once ladrones.
La mujer sospechó que no era aceite, y ya de noche fu y calentó agua y fue echándoles a cada uno una calderada, y a todos los achicharró con el agua caliente.
Por la mañanita temprano se levantó el nuevo capitán y les hizo una señal tirando a cada pellejo unas piedrecitas. Pero como vio que no se movían le dijo a la mujer que ya se iba con sus pellejos.
Pero ella le dijo:
-No se vaya todavía usted. Espere, que bailaremos.
Y mientras bailaban sacó ella un cuchillo y lo mató.

A. R. ALMODÓVAR, Cuentos al amor de la lumbre (II), ANAYA, Madrid, 1986.

No hay comentarios: