jueves, 30 de octubre de 2008

UN POEMA A LA SEMANA (2)








JUNTA DE ANDALUCÍA
Consejería de Educación
IES "Ángel Ganivet"(Granada)
Biblioteca: Plan lector
José Luis F. de la Torre















POEMA

LO QUE DESEÉ DESPUÉS DE SU MUERTE

QUISIERA CUALQUIER COSA:
QUE ME ABRAZARAS,
DORMIR,
NO HABER NACIDO


Ángeles Mora: Caligrafía de ayer. Rute (Córdoba): Ánfora Nova, 2000















Biblioteca, semana del 27 al 31 de octubre de 2008

UN POEMA A LA SEMANA (1)

JUNTA DE ANDALUCÍA
Consejería de Educación
IES "Ángel Ganivet"(Granada)
Biblioteca: Plan lector
José Luis F. de la Torre












POEMA

Álvaro de Campos o Fernando PESSOA

NAO SOU NADA
NUNCA SEREI NADA
NAO POSSO QUERER SER NADA
À PARTE ISSO, TENHO EN MIM TODOS OS SONHOS DO MUNDO.


[No soy nada
Nunca seré nada
No puedo querer ser nada
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo]


Un poema para el Plan lector, semana del 20 de octubre de 2008

1ª EDICIÓN: UN POEMA A LA SEMANA

Abrimos una nueva ventana a la lectura, gracias a la colaboración del profesor D.José Luis F. de la Torre. Espero que cada uno de los poemas puedan ser saboreados desde este humilde rincón.

domingo, 26 de octubre de 2008

2ª EDICIÓN: UN LUNES, UN CUENTO(2)


EL GALLO, ELEFANTE Y EL TRONCO
Una historia africana, que procede de Ruanda, cuenta que un día algunas criaturas empezaron a quejarse.
Primero se oyeron las recriminaciones del gallo, que decía:
-Yo, que regulo el tiempo de los pueblos, de los hombres, de las mujeres e incluso del rey, yo, que todas las mañanas llamo al sol, yo, que soy el gran organizador y amo del tiempo, ¿cómo es posible que pase las noches encaramado en un árbol incluso cuando hay tormenta, mientras que las cabras duermen bajo techado? Y ¿cómo es posible, cuando intento recuperar mis fuerzas picoteando los granos de sorgo que brotan en el campo, que el hombre, que la mujer, que el niño, que todo el mundo me tire piedras?
El gallo profundamente irritado, se puso en camino para quejarse al gran dios Imana. Durante el viaje, se encontró con el elefante y le transmitió sus quejas.
El elefante se quejó a su vez, diciendo:
-¡Mírame! ¿Cómo puede ser que yo, el animal más fuerte, con un porte tan noble, tan bien proporcionado, cómo puede ser que sólo pueda tener un hijo a la vez? ¿Te parece normal que la gallina, cuando tú le das una progenie, engendre hasta veinte o veinticinco pollitos? ¿Qué una gata alumbre a cinco, o seis, o incluso seis gatitos? ¿te parece aceptable que la cabra, que es infinitamente menos bella y menos fuerte que yo, dé a luz a dos, a tres cabritillas? ¿Y que yo no pueda engendrar más que un elefantito cada vez? Espera, me preparo y voy contigo.
Ya en marcha, vieron un tronco de árbol a un lado del camino, y el tronco les preguntó el motivo de su viaje, porque era raro ver un gallo y un elefante viajando juntos.
Una vez más, los dos animales explicaron las razones de sus quejas.
Y el tronco se lamentó a su vez, diciendo:
-Miradme. Me paso la vida al borde de este camino, un sitio sin ningún interés. No pido comida a nadie, ni agua. Me contento con la lluvia que cae del cielo y no le pido a nadie que me pode, que me dé lustre. Cuando pasa un hombre, me da una patada. Cuando pasa una mujer, me da un golpe con su herramienta y me parte por la mitad. Cuando pasa un niño, hace lo mismo, me despelleja, o me golpea con una piedra. ¿Qué falta he cometido para que se me trate de tal forma? Esperadme, voy con vosotros, porque yo también tengo que quejarme a Imana.
Llegados a la presencia del dios, le expusieron detenidamente los motivos de su descontento y le dijeron por qué se sentían injustamente tratados.
Imana tomó tres decisiones. Volvió a enviar al tronco a su sitio y le dijo que volvería a llamarlo. Colocó al elefante en un almacén donde se guardaban alimentos para toda la población. En cuanto al gallo, le dio una confortable habitación y criadas para que le prepararan la cama.
El elefante, apenas instalado en el almacén, hambriento por el viaje, se abalanzó sobre los alimentos. En dos días se zampó toda la comida. Al tercer día, al cuarto día, ya no tenía qué comer. Imana le dijo:
-Mira. Ya te lo has comido todo. ¿Y tú querrías tener dos retoños en lugar de uno? ¿Dónde encontrarías un bosque para tu apetito? ¿No ves que tu raza desaparecería? El que sólo tengas un hijo es un favor, para que tu raza se perpetúe. Espero que lo hayas comprendido. Vete.
El elefante regresó a su bosque.
Imana le dio un cesto a uno de sus sirvientes y le dijo:
-Vas a ira los pies del tronco, y vas a recoger cuidadosamente todos los trozos de uñas y de piel, incluso los más pequeños, que él arranca a la gente que pasa.
El sirviente se quedó el tiempo necesario junto al tronco y volvió junto a Imana con un cesto casi lleno. Imana hizo llamar al tronco y le dijo con severidad:
-Te quejas de las patadas que recibes cuando la gente pasa, como si te las diesen con intención de herirte. Pero ¿y tú? ¿Acaso no arrancas las uñas de los humanos y de los animales cuando te tocan? ¿Y trozos de su piel? ¿Acaso no les despellejas sin piedad? Vete.
El tronco, sin protestar, regresó a su camino.
En cuanto al gallo, desde la primera noche, cuidadosamente mimado en su cama, perdió toda noción del tiempo y no supo ya si era de día o de noche, y se olvidó de despertarse y de despertar a los demás.
Imana hizo que lo llevaran a su presencia. Y éstas fueron las severas palabras que le dijo al gallo:
-Te hice preparar una confortable cama, ¡y no has salido de ella durante semanas! ¡Tú, que tienes como cometido anunciar a la naturaleza la aparición de un nuevo día, no has cantado ni una sola vez! ¡Me han dicho que has dejado tus excrementos en tu cama, y alrededor de ella! ¿No te da vergüenza? ¡Eres demasiado sucio para vivir en compañía de otros! ¡Vuelve a subir a tu árbol! ¡Afronta la tormenta que estalla en la noche! ¡Y no vuelvas aquí nunca más con tus quejas o te haré asar para regocijo de mis sirvientes!
El gallo, aterrorizado, se fue a toda prisa y volvió a su rama del árbol, atento al curso del sol.
Un gran número de criaturas, que deseaban seguir el ejemplo del gallo, del elefante y del tronco, prefirieron no presentar sus quejas.

Jean-Claude Carrière, El círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero, LUMEN, Barcelona, 2001.

Desde un rincón

 
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UN LUNES, UN CUENTO (4)


LA ADIVINANZA
Érase una vez el hijo de un rey, que de pronto tuvo ganas de irse a ver mundo y no llevó consigo a nadie más que a un fiel servidor. Un buen día fueron a parar a un gran bosque y cuando llegó la noche no pudieron encontrar ninguna posada, y no sabían dónde pasar la noche. Entonces apareció una muchacha que se dirigía a una pequeña casita y, cuando se acercó, vio que la muchacha era joven y hermosa. Le habló diciendo:

-Querida niña, ¿podría encontrar alojamiento para mí y mi sirviente en tu casita por una noche?
-Sí, si -dijo la muchacha con voz triste-, poder podéis, pero yo no os lo aconsejaría; no entréis.
-¿Por qué no puedo? –dijo el hijo del rey.
La muchacha suspiró y dijo:
-Mi madrastra ejercita malas artes, y con los extranjeros no tiene buenas intenciones.
Entonces él fue consciente de que había llegado a la casa de una bruja, pero como estaba oscuro y no podía seguir, y tampoco tenía miedo, entró. La vieja estaba sentada en un sillón junto al fuego y miró a los forasteros con ojos inyectados en sangre.
-Buenas noches –dijo con voz estridente, haciéndose la amigable-, sentaos y reposad.
Avivó el fuego en el que estaba cociendo algo en una pequeña olla. La hija previno a los dos de que fueran precavidos y no comieran ni bebieran, ya que la vieja preparaba pócimas malignas. Durmieron tranquilamente hasta la mañana siguiente. Cuando se preparaban para salir y el hijo del rey ya estaba sentado sobre su caballo, dijo la vieja:
-Esperad un momento, que para despediros os daré una bebida.
-Mientras la buscaba, el hijo del rey salió cabalgando, y el sirviente, como tenía que atar su silla de montar, se había quedado solo, cuando apareció la vieja con la bebida:
-Llévaselo a tu señor.
Pero en ese mismo momento se cascó el vidrio y el veneno roció al caballo, y era tan fuerte que el caballo cayó muerto en el acto. El sirviente corrió detrás de su señor y le contó lo que había pasado, pero no quería dejar tirada su silla, y volvió a recogerla. Cuando llegó hasta el caballo muerto ya estaba un cuervo encima devorándolo. “¿Quién sabe si hoy encontraremos algo mejor?”, pensó el sirviente, mató al cuervo y se lo llevó. Siguieron su camino por el bosque todo el día y no pudieron encontrar la salida. A la caída de la noche encontraron una posada y entraron. El sirviente le dio al posadero el cuervo para que lo preparase de cena. Sin embargo, habían ido a parar a una cueva de ladrones, y al atardecer aparecieron doce asesinos que querían asesinar a los extranjeros y robarles. Pero antes de ponerse manos a la obra, se sentaron a la mesa, y el posadero y la bruja se sentaron con ellos y comieron juntos una fuente de sopa en la que estaba la carne del cuervo cortada en pedacitos. Pero apenas habían pasado dos bocados cayeron todos muertos, pues el cuervo se había contagiado del veneno de la carne del caballo.
En la casa no quedaba nadie más que la hija del posadero, que obraba de buena fe y no había tomado parte alguna en las obras malvadas. Le abrió al forastero todas las puertas y les enseñó todos los tesoros acumulados. El hijo del rey, sin embargo, le dijo que se podía quedar con todo, que él no quería nada y siguió su camino con su sirviente. Después de que anduvieron danzando de un lado para otro durante algún tiempo, llegaron a una ciudad donde vivía la hija de un rey, hermosa pero engreída, que había dado a conocer que aquel que le planteara una adivinanza que ella no pudiera resolver, se convertiría en su esposo; pero si la acertaba, tendría que dejarse cortar la cabeza. Se le daban tres días para reflexionar, pero ella era tan inteligente, que siempre acertaba, antes del tiempo dado, las adivinazas planteadas.
Así habían muerto ya nueve cuando llegó el hijo del rey, que cegado por su gran belleza, queso poner su vida en juego. A causa de esto se presentó ante ella y le propuso la siguiente adivinanza:
-¿Qué cosa es –dijo- uno que mató a ninguno y, sin embargo, mató a doce?
No sabía ella lo que era esto, y por más que pensaba no lograba resolverlo. Hojeó en un librillo de adivinanzas, pero no encontró la solución. Dicho en pocas palabras, su sabiduría había tocado fondo. Y como no sabía cómo salir de ésta, ordenó a su doncella que se deslizara en la habitación del príncipe, que escuchara lo que él soñaba, pensando que quizá hablando en sueños le revelaría la solución. Pero el astuto sirviente se había metido en vez de su señor en la cama y, cuando se aproximó la doncella, le arrebató el abrigo en el que ella se había envuelto, y la echó de allí a varazos. La segunda noche, envió la hija del rey a su doncella de cámara, que debería ver si tenía más suerte acechando pero el sirviente le quitó también el abrigo y la espantó a varazos.
Después de esto el señor creyó que ya estaría seguro en la tercera noche y se acostó en su cama. Entonces llegó la misma hija del rey, que llevaba puesto un abrigo de color gris-niebla, y se sentó a su lado. Y cuando creyó que dormía y soñaba, le habló, confiando en que le contestaría soñando, como hacen muchos; pero él estaba despierto y comprendía y oía todo muy bien. Entonces ella preguntó:
-Uno mató a ninguno, ¿qué es esto?
Él contestó:
-Un cuervo que comió un caballo muerto y envenenado, y por eso murió.
Ella siguió preguntando:
-Y, sin embargo, mató a doce, ¿qué es esto?
-Son doce asesinos que se comieron el cuervo y por eso murieron.
Cuando supo la adivinanza se quiso marchar disimuladamente, pero él sujetó tan fuertemente su abrigo, que tuvo que dejarlo. A la mañana siguiente, la hija del rey anunció que había acertado la adivinanza, mandó llamar a los jueces y les dijo la solución. Pero el joven pidió ser escuchado:
-Anoche ella se deslizó en mi habitación y me interrogó. De lo contrario, no lo hubiera adivinado nunca.
Los jueces hablaron:
-Tráenos pruebas.
Entonces el sirviente trajo los tres abrigos, y cuando los jueces vieron el abrigo color gris-niebla, que era el que la hija del rey solía llevar, dijeron:
-Haced que borden ese abrigo en oro y plata. Será vuestro abrigo nupcial.

domingo, 19 de octubre de 2008

2ª EDICIÓN: UN LUNES, UN CUENTO(3)


EL BARQUITO DE ORO, DE PLATA Y DE SEDA
Érase una vez un padre que tenía tres hijos. Uno de ellos, el mayor, quiso irse a correr fortuna; pero el padre le decía que, siendo él rico, a qué quería irse por ahí.
Pero el hijo le pidió la bendición y le dijo que le mandara hacer un barco de oro, que se iba; inmediatamente fletaron el barco y se marchó en él. Llegó a una ciudad e hizo que los mozos sacasen el barco del agua y se lo pusiesen en la sala inmediata a su alcoba. Le pidió una espuerta a la posadera y se fue a la plaza por carne.
Cuando pasó por el palacio del rey, vio un letrero que decía que dentro de palacio tenía el rey escondida a su hija; que, si alguno la encontraba, se casaría con ella. Él entró para buscarla; mas el rey le dijo que, si no la hallaba dentro de tres días, que lo emparedaría. Él se decidió a buscarla y, cuando pasaron los tres días, como no la halló, lo emparedaron.
El padre y los hermanos vieron que no volvía el hijo mayor. Entonces decidió el segundo marchar en busca del primero y le dijo al padre que le hiciese un barco de plata: en seguida que estuvo, se metió en él el hijo segundo y fue en busca de su hermano mayor. Y mira por dónde viene a parar a la misma posada que el hermano y, como vio el barco en la sala, conoció que allí estaba su hermano. Pidió la espuerta para traer la carne y vio el mismo letrero que su hermano. Quiso entrar y el rey le advirtió que allí estaba un jovencito que se le parecía mucho y que estaba emparedado por empeñarse en buscar a la princesa, a la que no había hallado: que a él le aguardaba igual suerte; pero él se decidió a buscarla y tampoco la halló, así que también lo emparedaron. Entonces el hermano más chico dijo al padre que él quería ir en busca de sus dos hermanos, pero el padre no quería, viendo que desaparecían sus hijos. El chico se empeñó en marcharse y le dijo al padre que le hiciera un barco de seda: se metió en el barco y fue a parar a la misma posado que sus dos hermanos y vio los dos barcos de ellos.
Marchó a la plaza para traer la comida que le hiciese la posadera y vio el mismo letrero en el palacio del rey y una piedra enfrente, en la que se sentó, pensando si entraría o no. En esto se llegó a él una vieja y le preguntó que qué apuro tenía: él le dijo que a ella qué le importaba, y ella le contestó que le contase lo que tenía, que tal vez podría remediarlo. Él le contó todo lo que le pasaba y la vieja le preguntó que si era rico. Él contestó que podía disponer de dos barcos: uno de oro, y otro de plata; entonces le dijo la vieja que con aquellos materiales mandase hacer un loro de oro y la peana de plata; que el loro fuese del tamaño de un hombre y que lo dejasen sin ojos y sólo con los agujeros. En seguida lo mandaron hacer en una platería y se metió el hijo del rey dentro con un vaso de agua y un panal y colocaron la jaula enfrente del palacio; al rey le llamó la atención aquel hermoso pájaro e hizo que se lo llevasen para verlo de cerca. Apenas podían seis hombres con él. Lo llevaron a palacio y el muchacho entró observando lo que allí dentro hacían. Notó que rodaron una cama y alzaron una baldosa, de donde sacaron un aldabón de hierro, bajaron por una escalera, y se encontraron en un patio muy grande con una fuente que parecía un pozo tapado por encima. Abrieron aquello y volvieron a bajar; allí también había otro patio muy hermoso con otra puerta. Abrieron aquella puerta y allí se encontraba la princesa con dos jóvenes más. Todas vestidas iguales por si algún día daban con su paradero, para que se confundiesen y no supiesen cuál era la princesa. A ésta le gustó tanto el loro, que lo mandó poner en su alcoba. Allí le dejaban un panal y un vaso de agua todas las noches; el joven, teniendo sed, se salió del loro y fue a beberse el agua; pero, al ir a coger el vaso, la princesa también le echaba mano al mismo tiempo. Entonces, asustada de tocar otra mano, fue a gritar, mas él le dijo que era el que venía a librarla de aquel encierro. Ella se tranquilizó y le advirtió que puesto que todas estaban vestidas iguales, para que él la conociese se pondría un pequeño lazo de lana en un dedo, al paso que las demás tenían los lazos celestes.
Aquella mañana volvieron por el loro y se lo llevaron. Entonces él, vestido de caballero, se presentó en palacio y dijo que iba a buscar a la princesa. El rey le dijo que allí estaban emparedados dos hombres que eran sin duda hermanos suyos, por lo mucho que se parecían; que no fuera a sucederle a él lo mismo. Él insistió en entrar y comenzó a buscar, pero se hizo el tonto. El primer día, como si nada supiese; al segundo sucedió lo mismo y al tercero, rodó la cama y levantó la baldosa, haciéndose de nuevas; pidió la llave, abrió el aldabó y bajo con el mozo y el rey. Entonces volvió a pedir la llave de la tapa de la puerta y bajó hasta donde estaba la princesa; pero el rey todavía tenía la esperaza de que no la reconociese en medio de sus compañeras, pues aparecieron todas en fila. El rey les dijo que dieran dos vueltas y se parasen. Entonces él escogió, sin equivocarse, a la princesa. El rey dijo:
-Ya no tengo más remedio que dársela por esposa; pero que den otra vuelta.
Pero él la reconoció tan bien, que ya las subieron, y al encontrarse allí, él pidió que le entregasen a sus hermanos, que estaban emparedados, y llamasen a su padre; vino el uno y sacaron a los otros y se hizo el casamiento y a mí me dieron unos zapatitos de manteca, que en el camino se me derritieron.