domingo, 26 de octubre de 2008

UN LUNES, UN CUENTO (4)


LA ADIVINANZA
Érase una vez el hijo de un rey, que de pronto tuvo ganas de irse a ver mundo y no llevó consigo a nadie más que a un fiel servidor. Un buen día fueron a parar a un gran bosque y cuando llegó la noche no pudieron encontrar ninguna posada, y no sabían dónde pasar la noche. Entonces apareció una muchacha que se dirigía a una pequeña casita y, cuando se acercó, vio que la muchacha era joven y hermosa. Le habló diciendo:

-Querida niña, ¿podría encontrar alojamiento para mí y mi sirviente en tu casita por una noche?
-Sí, si -dijo la muchacha con voz triste-, poder podéis, pero yo no os lo aconsejaría; no entréis.
-¿Por qué no puedo? –dijo el hijo del rey.
La muchacha suspiró y dijo:
-Mi madrastra ejercita malas artes, y con los extranjeros no tiene buenas intenciones.
Entonces él fue consciente de que había llegado a la casa de una bruja, pero como estaba oscuro y no podía seguir, y tampoco tenía miedo, entró. La vieja estaba sentada en un sillón junto al fuego y miró a los forasteros con ojos inyectados en sangre.
-Buenas noches –dijo con voz estridente, haciéndose la amigable-, sentaos y reposad.
Avivó el fuego en el que estaba cociendo algo en una pequeña olla. La hija previno a los dos de que fueran precavidos y no comieran ni bebieran, ya que la vieja preparaba pócimas malignas. Durmieron tranquilamente hasta la mañana siguiente. Cuando se preparaban para salir y el hijo del rey ya estaba sentado sobre su caballo, dijo la vieja:
-Esperad un momento, que para despediros os daré una bebida.
-Mientras la buscaba, el hijo del rey salió cabalgando, y el sirviente, como tenía que atar su silla de montar, se había quedado solo, cuando apareció la vieja con la bebida:
-Llévaselo a tu señor.
Pero en ese mismo momento se cascó el vidrio y el veneno roció al caballo, y era tan fuerte que el caballo cayó muerto en el acto. El sirviente corrió detrás de su señor y le contó lo que había pasado, pero no quería dejar tirada su silla, y volvió a recogerla. Cuando llegó hasta el caballo muerto ya estaba un cuervo encima devorándolo. “¿Quién sabe si hoy encontraremos algo mejor?”, pensó el sirviente, mató al cuervo y se lo llevó. Siguieron su camino por el bosque todo el día y no pudieron encontrar la salida. A la caída de la noche encontraron una posada y entraron. El sirviente le dio al posadero el cuervo para que lo preparase de cena. Sin embargo, habían ido a parar a una cueva de ladrones, y al atardecer aparecieron doce asesinos que querían asesinar a los extranjeros y robarles. Pero antes de ponerse manos a la obra, se sentaron a la mesa, y el posadero y la bruja se sentaron con ellos y comieron juntos una fuente de sopa en la que estaba la carne del cuervo cortada en pedacitos. Pero apenas habían pasado dos bocados cayeron todos muertos, pues el cuervo se había contagiado del veneno de la carne del caballo.
En la casa no quedaba nadie más que la hija del posadero, que obraba de buena fe y no había tomado parte alguna en las obras malvadas. Le abrió al forastero todas las puertas y les enseñó todos los tesoros acumulados. El hijo del rey, sin embargo, le dijo que se podía quedar con todo, que él no quería nada y siguió su camino con su sirviente. Después de que anduvieron danzando de un lado para otro durante algún tiempo, llegaron a una ciudad donde vivía la hija de un rey, hermosa pero engreída, que había dado a conocer que aquel que le planteara una adivinanza que ella no pudiera resolver, se convertiría en su esposo; pero si la acertaba, tendría que dejarse cortar la cabeza. Se le daban tres días para reflexionar, pero ella era tan inteligente, que siempre acertaba, antes del tiempo dado, las adivinazas planteadas.
Así habían muerto ya nueve cuando llegó el hijo del rey, que cegado por su gran belleza, queso poner su vida en juego. A causa de esto se presentó ante ella y le propuso la siguiente adivinanza:
-¿Qué cosa es –dijo- uno que mató a ninguno y, sin embargo, mató a doce?
No sabía ella lo que era esto, y por más que pensaba no lograba resolverlo. Hojeó en un librillo de adivinanzas, pero no encontró la solución. Dicho en pocas palabras, su sabiduría había tocado fondo. Y como no sabía cómo salir de ésta, ordenó a su doncella que se deslizara en la habitación del príncipe, que escuchara lo que él soñaba, pensando que quizá hablando en sueños le revelaría la solución. Pero el astuto sirviente se había metido en vez de su señor en la cama y, cuando se aproximó la doncella, le arrebató el abrigo en el que ella se había envuelto, y la echó de allí a varazos. La segunda noche, envió la hija del rey a su doncella de cámara, que debería ver si tenía más suerte acechando pero el sirviente le quitó también el abrigo y la espantó a varazos.
Después de esto el señor creyó que ya estaría seguro en la tercera noche y se acostó en su cama. Entonces llegó la misma hija del rey, que llevaba puesto un abrigo de color gris-niebla, y se sentó a su lado. Y cuando creyó que dormía y soñaba, le habló, confiando en que le contestaría soñando, como hacen muchos; pero él estaba despierto y comprendía y oía todo muy bien. Entonces ella preguntó:
-Uno mató a ninguno, ¿qué es esto?
Él contestó:
-Un cuervo que comió un caballo muerto y envenenado, y por eso murió.
Ella siguió preguntando:
-Y, sin embargo, mató a doce, ¿qué es esto?
-Son doce asesinos que se comieron el cuervo y por eso murieron.
Cuando supo la adivinanza se quiso marchar disimuladamente, pero él sujetó tan fuertemente su abrigo, que tuvo que dejarlo. A la mañana siguiente, la hija del rey anunció que había acertado la adivinanza, mandó llamar a los jueces y les dijo la solución. Pero el joven pidió ser escuchado:
-Anoche ella se deslizó en mi habitación y me interrogó. De lo contrario, no lo hubiera adivinado nunca.
Los jueces hablaron:
-Tráenos pruebas.
Entonces el sirviente trajo los tres abrigos, y cuando los jueces vieron el abrigo color gris-niebla, que era el que la hija del rey solía llevar, dijeron:
-Haced que borden ese abrigo en oro y plata. Será vuestro abrigo nupcial.

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