domingo, 19 de octubre de 2008

2ª EDICIÓN: UN LUNES, UN CUENTO(3)


EL BARQUITO DE ORO, DE PLATA Y DE SEDA
Érase una vez un padre que tenía tres hijos. Uno de ellos, el mayor, quiso irse a correr fortuna; pero el padre le decía que, siendo él rico, a qué quería irse por ahí.
Pero el hijo le pidió la bendición y le dijo que le mandara hacer un barco de oro, que se iba; inmediatamente fletaron el barco y se marchó en él. Llegó a una ciudad e hizo que los mozos sacasen el barco del agua y se lo pusiesen en la sala inmediata a su alcoba. Le pidió una espuerta a la posadera y se fue a la plaza por carne.
Cuando pasó por el palacio del rey, vio un letrero que decía que dentro de palacio tenía el rey escondida a su hija; que, si alguno la encontraba, se casaría con ella. Él entró para buscarla; mas el rey le dijo que, si no la hallaba dentro de tres días, que lo emparedaría. Él se decidió a buscarla y, cuando pasaron los tres días, como no la halló, lo emparedaron.
El padre y los hermanos vieron que no volvía el hijo mayor. Entonces decidió el segundo marchar en busca del primero y le dijo al padre que le hiciese un barco de plata: en seguida que estuvo, se metió en él el hijo segundo y fue en busca de su hermano mayor. Y mira por dónde viene a parar a la misma posada que el hermano y, como vio el barco en la sala, conoció que allí estaba su hermano. Pidió la espuerta para traer la carne y vio el mismo letrero que su hermano. Quiso entrar y el rey le advirtió que allí estaba un jovencito que se le parecía mucho y que estaba emparedado por empeñarse en buscar a la princesa, a la que no había hallado: que a él le aguardaba igual suerte; pero él se decidió a buscarla y tampoco la halló, así que también lo emparedaron. Entonces el hermano más chico dijo al padre que él quería ir en busca de sus dos hermanos, pero el padre no quería, viendo que desaparecían sus hijos. El chico se empeñó en marcharse y le dijo al padre que le hiciera un barco de seda: se metió en el barco y fue a parar a la misma posado que sus dos hermanos y vio los dos barcos de ellos.
Marchó a la plaza para traer la comida que le hiciese la posadera y vio el mismo letrero en el palacio del rey y una piedra enfrente, en la que se sentó, pensando si entraría o no. En esto se llegó a él una vieja y le preguntó que qué apuro tenía: él le dijo que a ella qué le importaba, y ella le contestó que le contase lo que tenía, que tal vez podría remediarlo. Él le contó todo lo que le pasaba y la vieja le preguntó que si era rico. Él contestó que podía disponer de dos barcos: uno de oro, y otro de plata; entonces le dijo la vieja que con aquellos materiales mandase hacer un loro de oro y la peana de plata; que el loro fuese del tamaño de un hombre y que lo dejasen sin ojos y sólo con los agujeros. En seguida lo mandaron hacer en una platería y se metió el hijo del rey dentro con un vaso de agua y un panal y colocaron la jaula enfrente del palacio; al rey le llamó la atención aquel hermoso pájaro e hizo que se lo llevasen para verlo de cerca. Apenas podían seis hombres con él. Lo llevaron a palacio y el muchacho entró observando lo que allí dentro hacían. Notó que rodaron una cama y alzaron una baldosa, de donde sacaron un aldabón de hierro, bajaron por una escalera, y se encontraron en un patio muy grande con una fuente que parecía un pozo tapado por encima. Abrieron aquello y volvieron a bajar; allí también había otro patio muy hermoso con otra puerta. Abrieron aquella puerta y allí se encontraba la princesa con dos jóvenes más. Todas vestidas iguales por si algún día daban con su paradero, para que se confundiesen y no supiesen cuál era la princesa. A ésta le gustó tanto el loro, que lo mandó poner en su alcoba. Allí le dejaban un panal y un vaso de agua todas las noches; el joven, teniendo sed, se salió del loro y fue a beberse el agua; pero, al ir a coger el vaso, la princesa también le echaba mano al mismo tiempo. Entonces, asustada de tocar otra mano, fue a gritar, mas él le dijo que era el que venía a librarla de aquel encierro. Ella se tranquilizó y le advirtió que puesto que todas estaban vestidas iguales, para que él la conociese se pondría un pequeño lazo de lana en un dedo, al paso que las demás tenían los lazos celestes.
Aquella mañana volvieron por el loro y se lo llevaron. Entonces él, vestido de caballero, se presentó en palacio y dijo que iba a buscar a la princesa. El rey le dijo que allí estaban emparedados dos hombres que eran sin duda hermanos suyos, por lo mucho que se parecían; que no fuera a sucederle a él lo mismo. Él insistió en entrar y comenzó a buscar, pero se hizo el tonto. El primer día, como si nada supiese; al segundo sucedió lo mismo y al tercero, rodó la cama y levantó la baldosa, haciéndose de nuevas; pidió la llave, abrió el aldabó y bajo con el mozo y el rey. Entonces volvió a pedir la llave de la tapa de la puerta y bajó hasta donde estaba la princesa; pero el rey todavía tenía la esperaza de que no la reconociese en medio de sus compañeras, pues aparecieron todas en fila. El rey les dijo que dieran dos vueltas y se parasen. Entonces él escogió, sin equivocarse, a la princesa. El rey dijo:
-Ya no tengo más remedio que dársela por esposa; pero que den otra vuelta.
Pero él la reconoció tan bien, que ya las subieron, y al encontrarse allí, él pidió que le entregasen a sus hermanos, que estaban emparedados, y llamasen a su padre; vino el uno y sacaron a los otros y se hizo el casamiento y a mí me dieron unos zapatitos de manteca, que en el camino se me derritieron.

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