domingo, 12 de abril de 2009

UN LUNES, UN CUENTO (21)


EL APRENDIZ DE BRUJO

Una vez era una madre que tenía un hijo que se llamaba Periquín, niño muy aplicado al estudio. Y un día le dijo su madre:
-Hijo mío, deseo que estudies una carrera para que seas un hombre útil. ¿Qué carrera quieres estudiar?
-La magia negra.
Entonces la madre preguntó a un maestro de magia si quería enseñar a su hijo.
-Sí –contestó el maestro-, pero con una condición.
-¿Cuál es?
-Que al cabo de un año tiene que venir a ver a su hijo, y si no lo reconoce, me quedo con él para siempre.
-Conforme.
Cuando se iba acercando la fecha convenida, Periquín se convirtió en un palomo, salió de casa del maestro sin que nadie lo viera, y fue a decirle a su madre:
-Ya está próximo el día en que usted tiene que ir a reconocerme. Ese día el maestro nos va a transformar a todos los estudiantes en palomos. Después nos echará maíz en el suelo para que lo comamos; pero yo, en vez de comer, me entretendré en saltar por encima de mis compañeros. Y cuando el maestro le pregunte a usted si me conoce, diga que sí, que soy el que está dando saltos.
Fue la madre a casa del maestro y éste le llevó adonde estaban los palomos y le dijo:
-Uno de estos palomos es el hijo de usted, ¿lo conoce?
-Sí, es aquel que tanto salta. Y digo que es aquél, porque cuando era rapaz todo su afán era saltar por encima de sus iguales.
-Acertó usted, señora. Puede llevarse a su hijo, que ya sabe más magia que yo.
Periquín, al marcharse con su madre, se llevó consigo el mejor libro de magia que tenía el maestro. Y cuando Periquín se vio en su casa, dijo:
-Madre, desde hoy en adelante tendremos dinero a manos llenas. Mañana Es día de feria y yo me voy a convertir en una vaca pinta; llévela usted a vender y pida por ella ciento cincuenta ducados; pero en la venta, que no entre la esquila, porque en la esquila estoy yo.
La madre llevó la vaca a la feria y en seguida se le presentó un comprador, y le dijo:
-¿Cuánto pide usted por esa vaca?
-Ciento cincuenta ducados, pero en la venta no entra la esquila.
-Está bien.
Marchó el comprador con la vaca para su pueblo y la metió en la cuadra. Al día siguiente, cuando fue a darle de comer, se encontró con que había desaparecido.
Y Periquín dijo a su madre:
-Ahora voy a convertirme en un caballo; llévele usted a la feria, y pida por él trescientos ducados; pero que no entre el freno en la venta, porque en el freno estoy yo.
Entretanto, el maestro encantador echó de menos el libro, y dijo para sí:
-Nadie me pudo quitar el libro más que Periquín. Mañana es día de feria en tal parte, y puede que esté allí ejerciendo la magia; voy a ver si lo cojo.
Se presentó el maestro en la feria y vio que la madre de Periquín tenía un caballo puesto a la venta.
-Cuánto pide usted por este caballo? –le preguntó el maestro.
-Trescientos ducados.
-Está bien.
-Pero en la venta del caballo no entra el freno –dijo la madre.
-Yo lo compré con el freno.
-Que no.
-Que sí.
En esto llegó la justicia y le dio la razón al maestro, el cual montó sobre el caballo, le dio un latigazo y dijo:
-¡Ah, Periquín! Ahora me vas a pagar el libro que te llevaste.
El maestro mandó a sus hijos que metieran el caballo en la cuadra, y que no le dieran de comer ni le quitaran el freno. El caballo no hacía más que mover la cabeza y abrir la boca, y entonces dijeron los rapaces:
-¡Pobre caballo! Le hace daño el freno, vamos a quitárselo.
Se lo quitaron, y el caballo se convirtió en una trucha y desapareció río abajo.
Entonces el maestro se convirtió en una culebra y comenzó a perseguir a la trucha. Esta se metía por entre las piedras y se dejaba caer de lo alto de las cascadas, y cuando iba llegando a la presa de un molino, vio que la culebra se le echaba encima y, para librarse de ella, se transformó en una paloma.
Inmediatamente, la culebra tomó la forma de unáguila; pero la paloma se hizo un mosquito y por una rendija entró en la habitación de una princesa, a la cual dijo, después de haber vuelto a su primitivo ser:
-Me voy a convertir en un anillo y a colocarme en tu dedo. Dentro de pocos minutos vendrá por aquí un caballero y te pedirá el anillo; dáselo; pero cuando vaya a cogerlo, lo dejas caer al suelo y se romperá en varios pedazos. Entonces pisa el pedazo más grande, y cuando sientas que empuja hacia arriba, levanta el pie.
Periquín se convirtió en un anillo y se colocó en el dedo de la princesa. Y llegó el caballero y le pidió el anillo. La princesa lo dejó caer al suelo y se rompió en varios pedazos, y puso el pie sobre el más grande de ellos.
El caballero se transformó en una gallina y comenzó a comerse los pedazos del anillo. Y en esto el pedazo que estaba debajo del pie de la princesa empujó hacia arriba, salió convertido en una raposa y se comió la gallina.
Después se hizo hombre y se casó con la princesa y vivieron felices.

A. R. ALMODÓVAR, Cuentos al amor de la lumbre (I), ANAYA, Madrid, 1986.

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