domingo, 18 de enero de 2009

UN LUNES, UN CUENTO (12)


LOS CUATRO OFICIOS
Cuentan de un matrimonio que tenía cuatro hijos que los cuatro salieron muy viciosos. No hacían más que gastar dinero hasta que dejaron a la familia arruinada. Lo último que les quedó fue un medio de trigo. El padre lo molió y con la harina hizo cuatro panes. A cada uno de los hijos le dio un pan, y les dijo:
-Esto es lo último que me queda. Vosotros tenéis que buscaros la vida y al año traer un oficio aprendido.

Salieron los cuatro y al final de un camino se encontraron con cuatro sendas. Cada uno fue por una de ellas.

El mayor tropezó con una cuadrilla de ladrones que le dijeron:
-¿Te gusta el oficio?
Y él contestó:
-No me disgusta.
De manera que se quedó con ellos y aprendió a ser un fino ladrón.

El segundo se encontró con una cuadrilla de cazadores. Le pasó lo mismo que al primero y aprendió a ser un buen tirador.

El tercero pasó por una aldea y vio a un latero trabajando en una choza. Se quedó con él y aprendió a ser un buen latero.

El más chico era ya de noche y todavía no había encontrado trabajo. De pronto vio una luz a lo lejos y era una casa. Llamó y abrió la puerta una anciana que le dijo:
-¿Quién mal te quiere que por aquí te envía?
Y contestó él:
-Mi suerte buena o mala.
-¡Ay, hijo! Aquí me guarda un gigante y se come a todas las personas que vienen de fuera.
-Bueno, abuela –dijo el muchacho-, de todas maneras por ahí me voy a morir de frío y de hambre.
Y entonces dijo la anciana:
-Está bien, entra. Te esconderé donde no te vea.
Peor a esto entró el gigante y dijo:
-¡A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te mato!
El muchacho salió, para que el gigante no le hiciera daño a la pobre anciana, y el gigante le dijo:
¿Qué haces tú aquí?
Entonces el muchacho le contó toda su historia y el otro se compadeció de él y le dijo:
-Come y vete a la cama, que mañana hablaremos.
Cuando llegó la mañana, el gigante le dio un libro y le dijo:
-Toma este libro y estudia. En el hueco del año estudiarás más y serás un gran sabio.
Y así fue.

Llegó el tiempo de volver a su casa y todos los hermanos se encontraron allí de nuevo. Cuando estaban reunidos, le dijo el padre al mayor:
-¿Tú qué oficio has aprendido?
-Yo, ladrón.
-¿Y tú? –preguntó al segundo.
-Yo, tirador.
-¿Y tú? –preguntó al tercero.
-Yo, latero.
-¿Y tú? –al menor.
-Yo, sabio.

Entonces el padre le preguntó al sabio:
-¿Qué es lo que hay en el rincón de la casa, que cuando os fuiste no lo había?
Y contestó el muchacho:
-Un nido de golondrinas con cuatro huevos.
-Muy bien –dijo el padre-. Ahora te toca a ti –le dijo al ladrón-. Irás a coger un huevo sin que la golondrina te sienta.
El mayor fue y cogió un huevo sin que la golondrina lo sintiera y se lo entregó al padre. Este le dijo al tirador:
-Tú pégale un tiro al huevo y lo haces en diez partes.
Y así lo hizo el tirador. Luego le dijo al que quedaba:
-Si eres tan buen latero, arregla este huevo sin que se note.
Y el latero lo dejó perfectamente arreglado y lo puso otra vez en el nido. Se volvió otra vez al sabio y le dijo:
-A ver si sabes dónde está la hija del rey, que se ha perdido y nadie la encuentra.
-Lo sé –dijo el menor-. Está en el mar y la tiene un bicho volador cautivada.

Al día siguiente fueron los cuatro hermanos a rescatar a la princesa en un barco. El sabio dijo:
-¿Veis aquel bulto que hay allí?
-Si lo vemos –respondieron.
-Pues ahí está la hija del rey.
El ladrón fue a rescatarla, cuando el bicho estaba dormido, y ya estaba de regreso en el barco, cuando el bicho se despertó y salió volando para devorarlos. Pronto el tirador le dio un tiro y lo mató, pero el bicho cayó en el barco y lo hizo trizas. El latero entonces lo arregló, y terminando todo esto fueron los cuatro al castillo del rey para entregar la hija. Al ver el rey a su hija sana y salva, dijo:
-¿Quién va a ser el que se va a casar con ella?
Contestó el ladrón:
-Yo, que la rescaté.
Y el tirador dijo:
-Yo, que si no es por mí, no sabíais dónde estaba y no podríais haber hecho lo que habéis hecho.
Entonces intervino el rey:
-Que mi hija decida a quien desee.
Y la hija dijo:
-Me casaré con el sabio.
Los otros empezaron a protestar y el rey les dijo:
-A vosotros os daré mucho dinero y os nombraré puestos mayores en el castillo. ¿Aceptáis?
Después de mucho pensarlo dijeron que sí. Se llevaron a sus padres al castillo y desde entonces fueron muy felices.

A. R. ALMODÓVAR, Cuentos al amor de la lumbre (I), ANAYA, Madrid, 1986.

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